Friday, August 7, 2015

Un juego, números y el mito vasco de pureza lingüística

En la serie de los mitos lingüísticos, se dedicó un cuadernillo anterior a exponer las razones que apuntan a una tardía vasquización o euskaldunización de los territorios actuales del País Vasco y Navarra, a partir del siglo VI JC. En los siglos anteriores el territorio estuvo más probablemente ocupado por hablantes de lenguas indoeuropeas, de tipo pre-céltico o céltico, a las que se superpuso el latín, de manera aún por determinar. Sobre esa base se extendió el euskera. La complejidad de la cuestión se resume en esta cita de Francisco Villar Liébana:
"Aunque inmediatamente antes y durante la época romana debió haber infiltración de pequeños grupos, una penetración más numerosa de hablantes de paleo-euskera en Hispania fue un suceso post-romano, en gran medida medieval, que comportó la parcial euskerización secundaria del País Vasco y Navarra, tal como hoy la conocemos". (Indoeuropeos, iberos, vascos y sus parientes, Salamanca, 2014, pág. 268).
Joaquim Fort
Resulta por ello extremadamente interesante investigar qué elementos célticos y latinos se encuentran en la lengua vasca, una lengua no indoeuropea, sometida a un fuerte proceso de indoeuropeización, iniciado posiblemente antes del desplazamiento a Hispania, por el contacto de los euskaldunes o vascohablantes de Aquitania y el norte de los Pirineos con celtas y, de modo seguramente menos intenso, con romanos (en el sentido de 'hablantes de latín'). Téngase en cuenta que se ha llegado a señalar hasta un 50% de indoeuropeización del euskera, un porcentaje que debe manejarse con mucho cuidado, pues no es lo mismo una fuerte presencia en el léxico que en las estructuras gramaticales. Por otra parte, que una lengua conserve su nombre no significa que no haya experimentado grandes cambios. El chino se llama así desde hace cuatro mil años y ningún hablante actual de chino entendería a un hablante de hace mil años o incluso menos.
Toda lengua presenta, frente a unas estructuras que se denominan gramaticales y léxicas, un sistema de denominación de elementos que se expresan lingüísticamente; pero que corresponden a otro orden conceptual: los números. Distintas lenguas expresan con palabras distintos sistemas de numeración. El español usa un sistema de base decimal; pero conserva algunos restos de otros sistemas: cuando se compra una docena de huevos, por ejemplo, se está usando un sistema duodecimal, es decir, de base doce, igual que cuando se divide el día en 12x2 horas. Cuando se dice que una hora tiene sesenta minutos y un minuto sesenta segundos o que la circunferencia tiene 360 (60x6) grados, se está usando un sistema de base sesenta, sexagesimal, que ya usaban los astrónomos y astrólogos babilonios hace miles de años y que también conocieron los mayas y otros pueblos americanos.
El francés usa un sistema decimal incompleto, porque 80 se dice "cuatro veinte" y 90 "cuatro veinte diez". Esto significa que tiene un resto de un sistema vigesimal, de base veinte. Ese sistema vigesimal era el sistema del celta y sobre él se impuso, aunque no completamente, el latino. También en el euskera el sistema vigesimal de numeración es de origen celta, aunque originariamente lo más probable es que fuera un sistema quinario, es decir, de base cinco.
Partida de mus en Oñate
Los juegos ofrecen un testimonio histórico indirecto de sistemas de numeración. El mus, el juego de cartas tradicional español más popular, de origen francés (mouche, H. Schuhardt, anejo a la ZrPh, VI, 7) y, en todo caso, muy vinculado al País Vasco y su entorno, exige llevar una contabilidad de los juegos parciales que se realiza mediante las llamadas «piedras,» que pueden ser objetos de cualquier clase, como judías, garbanzos, botones, fichas o piedras auténticas. Cuando una pareja de jugadores (en la variedad de dos parejas, la más corriente) llega a ganar cinco piedras, el jugador que tenía las «piedras» delante habitualmente las deja en el montón, salvo una, que entrega a su compañero y que, colocada ante éste, vale cinco. Desde ese momento ya no es una «piedra» y pasa a llamarse amarraco, amarreco en Álava (Tovar: 1958). Su etimología está relacionada con el vasco (h)amar, que en la lengua vasca tal como se conoce significa 'diez'. Este valor del término vasco era conocido desde antiguo porque una relación fantástica de la palabra castellana, de posible origen neerlandés, amarras, con (h)amar aparece en el Tesoro Lexicográfico (1611) de Sebastián de Covarrubias: «persona que sabe la lengua lipuzcuana (sic) dize ser término vizcaíno, y que es tanto amarrar como atar con diez, y entenderáse atar fuertemente con las dos manos, o con maroma torcida de diez sogas o ramales». Holgado es decir que no existe esa relación que se apunta en el Tesoro entre (h)amar y amarras; de amarraco nada se dice.
Resurrección María de Azkue Aberasturi, 1919-1921
El Diccionario Vasco-Español-Francés de don Resurrección María de Azkue, recoge amarreko como «un tanto que en el juego del MUS vale cinco unidades», también como «misterio, decena del Rosario» y como «antigua pieza de ocho duros, de oro». Recoge también amastarrika «juego de niñas que se hace con cinco piedras». Como se ve, hay una alternancia entre el valor 5 y el valor 10 y, quizás, con el valor de "fin de la cuenta, cantidad máxima" en el caso de la moneda. El valor 10 corresponde al uso moderno.
El que la palabra, en grafía reformada hamarreko, haya pasado a tener el sentido de 'decena', no debe desviarnos de la interpretación lógica, «fin de la cuenta» y, de ahí, «paso a un sistema de orden superior». Si relacionamos amarraco, amastarrika y (h)amar con otra palabra vasca, amai, 'fin, término', la conclusión natural es que (h)amar se habría especializado primero en este sentido de 'fin de cuenta' en los numerales. Esto quiere decir que se contaba hasta cinco y que la palabra correspondiente a 5 servía también para indicar que, a partir de esa cifra, no se especificaba la cantidad. Claro que, si hace falta, los sistemas quinarios pueden expresar 6 (mediante la perífrasis 'uno cinco' o 'cinco uno') y así sucesivamente. Al adoptarse el sistema numeral romano, decimal, el fin de la serie coincide con el de la primera decena y da paso a la unidad de decena, 'diez', sentido que adquiere entonces la palabra (h)amar. Se trataría en ese caso, en consecuencia, de un calco semántico del latín decem. El sistema vigesimal del vasco que conocemos hoy sería de tipo céltico, lo que se refuerza con la etimología indoeuropea verosímil del vasco ogei 'veinte', emparentado con el latín uiginti y con lenguas célticas como el bretón ugent, el córnico ugens o el galés ugain. 
Al ser el vasco actual tipológicamente una lengua vigesimal (evolución frecuentemente apoyada en un sistema primitivo quinario), pero adaptada al entorno decimal latino, se ha producido una reubicación de las designaciones de «fin de cuenta, unidad superior». (H)amar ha pasado a valer 'diez'. No nos atreveríamos a decir que su sentido originario, en cambio, fuera literalmente 'cinco', sino, más probablemente, algo así como 'fin de la posibilidad de contar o el interés por hacerlo'. El juego del mus es lo que nos indica que el sistema de numeración implícito era quinario, porque el cambio de valor a amarrako se produce al llegar al cinco.
La continuación de la historia apunta a que el contacto con los celtas hizo ampliar la necesidad de contar y dio paso al sistema vigesimal, mientras que el influjo latino, decimal, llevó a la evolución semántica del término (h)amar, que en el vasco histórico ya significa 'diez'; pero con el que se designaba simplemente el fin de la cuenta, el límite de los nombres de números disponibles, nuestro «sin cuento» o, quizá mejor, «incontables, que no se puede o se quiere contar». En relación con los sistemas quinario y decimal, respectivamente,
(h)amar equivaldría conceptualmente a «más de cuatro» (quinario, del vasco antiguo, precéltico, y del mus), «más de nueve» (decimal, del vasco moderno, posromano.)  

Este texto forma parte de la serie dedicada a la Lingüística y sus mitos, que consta ya de:
Mitología de las lenguas en general, el mito biologicista,
Un mito etnolingüístico: la palabra moro,
El latín africano y el mito del beréber irredento,
El mito del vascuence o euskera como lengua prerromana en Hispania,
a los que se podrían añadir:
¿Desciende la curva de los estudios de español en los EUA? (sobre algunos mitos del español de los Estados Unidos),
Lingüística y Pragmática,
Etimologías populares,
e incluso

Identidades árabes y musulmanas en la obra de Miguel de Cervantes.